CAPITULO X
ENTRARON después en la Casa del Frío. No es posible describir el
frío que hacía. La casa estaba llena de granizo, era la mansión del
frío. Pronto, sin embargo, se quitó el frío porque con troncos viejos
lo hicieron desaparecer los muchachos.
Así es que no murieron; estaban vivos
cuando amaneció. Ciertamente lo que querían los de Xibalbá era que
murieran; pero no fue así, sino que cuando amaneció estaban llenos de salud, y
salieron de nuevo cuando los fueron a buscar los mensajeros.
-¿Cómo es
eso? ¿No han muerto todavía?, dijo el Señor de Xibalbá.
Admirábanse de ver las obras de Hunahpú e lxbalanqué.
En seguida
entraron en la Casa de los Tigres. La
casa estaba llena de tigres. -¡No nos mordáis! Aquí está lo que
os pertenece, les dijeron a los tigres. Y en seguida les arrojaron unos huesos a los
animales. Y éstos se precipitaron sobre los huesos.
-¡Ahora sí se
acabaron! Ya les comieron las entrañas. Al fin se han entregado. Ahora les
están triturando los huesos. Así decían los guardas, alegres todos por
este motivo.
Pero no murieron. Igualmente buenos y sanos salieron de la Casa de los Tigres.
-¿De qué
raza son éstos? ¿De dónde han venido? decían todos los de
Xibalbá.
Luego entraron en medio del fuego a una Casa de Fuego, donde
sólo fuego había, pero no se quemaron. Sólo ardían las brasas y
la leña. Y asimismo estaban sanos cuando amaneció. Pero lo que querían
[los de Xibalbá] era que murieran allí dentro, donde habían pasado. Sin
embargo, no sucedió así, con lo cual se descorazonaron los de
Xibalbá.
Pusiéronlos entonces en la
Casa de los Murciélagos. No había más que
murciélagos dentro de esta casa, la casa de Camazotz, un gran animal, cuyos
instrumentos de matar eran como una punta seca, y al instante perecían los que
llegaban a su presencia.
Estaban, pues, allí dentro, pero durmieron dentro de
sus cerbatanas. Y no fueron mordidos por los que estaban en la casa. Sin embargo, uno de
ellos tuvo que rendirse a causa de otro Camazotz que vino del cielo y por el cual tuvo que
hacer su aparición.
Estuvieron apiñados y en consejo toda la noche los
murciélagos y revoloteando: Quilitz, quilitz, decían; así estuvieron
diciendo toda la noche. Pararon un poco, sin embargo, y ya no se movieron los
murciélagos y se estuvieron pegados a la punta de una de las cerbatanas.
Dijo
entonces Ixbalanqué a Hunahpú: -¿Comenzará ya a amanecer?, mira
tú.
-Tal vez sí, voy a ver, contestó éste.
Y como
tenía muchas ganas de ver afuera de la boca de la cerbatana, y quería ver si
había amanecido, al instante le cortó la cabeza Camazotz y el cuerpo de
Hunahpú quedó decapitado.
Nuevamente preguntó Ixbalanqué:
-¿No ha amanecido todavía? Pero Hunahpú no se movía. -¿A
dónde se ha ido Hunahpú? ¿Qué es lo que has hecho? Pero no se
movía, y permanecía callado.
Entonces se sintió avergonzado
Ixbalanqué y exclamó: -¡Desgraciados de nosotros! Estamos completamente
vencidos.
Fueron en seguida a colgar la cabeza sobre el juego de pelota por orden
expresa de Hun-Camé y Vucub-Camé, y todos los de Xibalbá se regocijaron
por lo que había sucedido a la cabeza de Hunahpú.